“Que el Estado se achique para que el país vuelva a ser grande”; esa fue la definición liminar del presidente Javier Milei, y la rubricó con una decisión práctica: “Ponerle un cepo al Estado”. Al exponer los fundamentos de un presupuesto 2025 cuyo articulado no detalló, Milei ratificó su confianza en un modelo económico que achica el Estado a su mínima expresión, reduce los impuestos y, al mismo tiempo, los gastos para mantener, intangible, el déficit cero. Es decir, que no se va a gastar un peso más del que haya entrado.
Convencido, afirmó que, sin déficit, no habrá inflación, es decir se eliminará el impuesto a la pobreza, y esta retrocederá al mismo tiempo que se afiance el equilibrio fiscal y se aliente la inversión privada y el crecimiento del empleo.
También puntualizó que la presión tributaria sobre la economía formal, es decir, en blanco, hace crecer la economía en negro y se convierte en una especie de torniquete para el desarrollo.
En su mensaje desde el Congreso, Milei reprochó a los gobernadores que aún no han realizado un ajuste que, en total, debe contribuir con US$ 60.000 millones al equilibrio fiscal. La meta es regresar a un gasto público equivalente al 25% del presupuesto, tal como ocurría hacia 2011 y que en 2015, había llegado al 42% junto con la duplicación de la planta de personal del Estado. Y luego osciló en ese porcentaje.
La decisión de concurrir al Congreso para presentar personalmente el proyecto de la Ley de Leyes, un domingo por la noche, acto por el cual solicitó a Susana Giménez que postergara una semana su retorno a las Cámaras, fue la escenificación bien planificada de un discurso donde ratificó ante sus votantes y ante el público todos sus compromisos de campaña.
Además, se esmeró en dirigirse expresamente a la bancada peronista y mencionar por su apellido al presidente del bloque, Germán Martínez. También de ese modo ratifica la profunda polarización que hizo posible su meteórica llegada a la presidencia de la Nación. Asimismo, en la víspera y a través de las redes se había reído del discurso económico pronunciado el viernes por Cristina Fernández, quien defendió la “economía criolla”, es decir, su gestión.
Milei pasó revista a las crisis inflacionarias de 1975, el Rodrigazo, de 1982, de 1989/91, de 2001 y de la que generó el último capítulo kirchnerista y se esperaba que se precipitara en los primeros meses de este año. En todos los casos, el déficit fiscal previo oscilaba entre el 15% y el 8 %. En poco más de nueve meses, Milei puede jactarse de haber logrado contener la inflación y amortiguar el déficit.
Pero este escenario refleja la confrontación de dos modelos antagónicos e inconciliables y, los números, por cierto, juegan en contra el estatismo, con dos décadas consecutivas de fracasos. Pero nada es absoluto. Por una parte, es cierto que “la casta” dedica el gasto público a financiar la política, como, entre ingenua y cínicamente, lo reconoció en estos días el senador oficialista Bartolomé Abdala, quien teóricamente no sería de “la casta”. Ese drenaje de fondos del Estado para financiar organizaciones supuestamente benéficas que jamás rinden cuentas y que llegaron a extremos ridículos, como crear cargos rentados de “auxiliares de acceso a la Justicia”, o “inspectores hospitalarios” que no cumplían ninguna función y cobraban el doble que un juez, o “defensores del pueblo” no letrados. Lo mismo puede aplicarse a la entrega de “cajas” como el ANSES, el PAMI, o Aerolíneas Argentinas a la militancia de La Cámpora y a la asignación de recursos para planes de la más diversa índole.
En definitiva, Milei ratificó el veto a la ley que modifica el sistema de actualización jubilatoria y anunció que hará lo mismo con “todas las leyes que aumenten gastos sin establecer el origen de los recursos”.
En situación límite
Es verdad que el país está en una situación límite, con una pobreza acumulada a lo largo de medio siglo, en cuyo transcurso la política afrontó la crisis social aumentando impuestos y gastos, sin resolver el problema y desfinanciando, sistemáticamente, la educación pública y la salud. Una responsabilidad conjunta de las sucesivas administraciones nacionales y municipales. Y el problema más grande es que, como consecuencia, hay en la Argentina una población joven con enormes dificultades para el cálculo matemático y la lectoescritura.
La gestión de Javier Milei mostró, hasta ahora, una tenaz defensa del equilibrio fiscal. Quizá, debería revisar su concepto de “gestión”. Esta palabra no puede traducirse como dilapidación de las arcas públicas, porque tiene un significado muy noble, que es el de administrar un gobierno. Y la práctica demuestra que la gestión social del Estado ha permitido, en muchos países desarrollados, niveles de calidad de vida, de desarrollo tecnológico y prosperidad económica, que no se verifican en los países donde se aplicó dogmáticamente el principio de la libertad, conducida por la mano invisible del Estado. Y, también, que Venezuela, Nicaragua y Cuba son la prueba candente del fracaso populista
La justicia social no consiste en sacar a unos para darle a otros. La frase de Evita: “donde hay una necesidad hay un derecho”, que Milei citó y descalificó anoche, tiene su contrapartida en una de las veinte verdades peronistas: “el trabajo es un derecho, y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume”.
Milei tiene mucho tiempo de mandato por delante para demostrar que su proyecto libertario genera el crecimiento y el bienestar que promete. Pero también es cierto que con el equilibrio social no se juega. Su gestión debe reforzar con mucho tino y con conocimiento de la realidad de la sociedad las áreas más urgentes y vulnerables: educación, salud, trabajo, sistema previsional y desarrollo social.
Esos problemas no se van a resolver sólo con equilibrio fiscal. Necesitan funcionarios idóneos y estables.
Pero este discurso de anoche contiene un mensaje implícito que debe ser leído con atención por el oficialismo y los opositores: el nivel de retroceso de la calidad de vida en la Argentina llegó a un punto sin retorno. El futuro hay que construirlo, sin dogmas y sin grietas: pensando en el drama social actual y en la urgencia por tomar un camino de recuperación.
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